viernes, 20 de marzo de 2009

#07 :: 4 / Marzo, 2005

Recuerdo a veces una historia que oí hace mucho tiempo y de la que sólo permanecen fragmentos en mi memoria. La historia trata de un grupo de personas que vivían en un gran palacio. Durante una guerra, el palacio se quemó y el grupo de sus antiguos ocupantes tuvo que guarecerse en tiendas. Se instalaron más o menos bien en su ciudad de tiendas y al principio se sintieron casi satisfechos porque los más viejos les dijeron que las tiendas eran sólo un alojamiento provisional; esperarían la ocasión de reconstruir el palacio destrozado por la guerra. Continuaron viviendo en las tiendas mientras los jóvenes envejecían. Creció una nueva generación, que preguntó a los más viejos: “¿Por qué hemos de vivir en tiendas? Podríamos construirnos aquí mismo una casa nueva”. “No —contestaron los viejos—. Si nos construimos aquí una casa nueva y modesta, perderemos la ocasión de reconstruir el antiguo y hermoso palacio”. Y así siguieron viviendo en tiendas generación tras generación. Celebraron el 40 aniversario del levantamiento de la ciudad de tiendas, luego el 50, el 60 y el 75. Los jóvenes preguntaban siempre: “¿Por qué no podemos construir una casa nueva y sólida en vez de la ciudad de tiendas?”. Y los ancianos respondían siempre: “No. Si construimos algo nuevo, perderemos el derecho a levantar un palacio sobre las ruinas quemadas del antiguo”. Y así esperaron generación tras generación el día en que pudieran reconstruir el viejo y magnífico palacio.
Acerco este relato de Norbert Elias —influyente pensador europeo fallecido en 1990— porque tengo muchas veces la sensación de que sería muy bueno para nuestra Facultad darse cuenta de que poco a poco se ha convertido, de hecho, en una institución realmente distinta de aquella que pensaron quienes iniciaron la tarea de construirla hace más de cincuenta años, que posee sus propias tradiciones y una identidad compartida a través del diario esfuerzo de miles de docentes, alumnos y auxiliares. Sólo si comprendemos esto podríamos iniciar una serie de tareas que resultan difíciles o imposibles de llevar a cabo mientras sigamos viviendo como en un campamento de tiendas provisorias.
Hay muchas cosas que hacer. Es hora de hacerlas. Les quería transmitir, especialmente, que es más simple de lo que parece. Pero sólo es simple si hay capacidad y sensibilidad. Si hay convicción de docentes y de alumnos. ¿Qué es lo que queda como resto? La tarea. Si trabajamos, llegarán los resultados. Como dice Saavedra, el poeta: la forma, el silencio. La voz, inútil. / W.

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