jueves, 19 de marzo de 2009

#02 :: 2 / Joseph Weizenbaum y el oficio del disenso

Artefacto es una excelente publicación editada por un grupo de docentes de la facultad de Ciencias Sociales de la UBA. En el número 4, que apareció hacia fines del 2001, Artefacto presenta un dossier sobre Joseph Weinzelbaum, que incluye una entrevista realizada en Berlín por Estela Schindel y Christian Ferer y aborda muchos de los temas centrales de la relación del hombre con la tecnología.

¿Quién es Joseph Weinzenbaum? Nacido en una familia judía ilustrada de Berlín en 1923, Weizenbaum emigró poco después de la ciudad que se convertiría en capital de la barbarie. En Estados Unidos, fuerza motriz del progreso y de las promesas de futuro, estudió matemáticas en la universidad. Durante la segunda guerra mundial sirvió como meteorólogo para la fuerza aérea norteamericana. Los vientos que soplaron en la posguerra, más tarde, lo condujeron al desarrollo de los primeros programas y lenguajes para computación. Weizenbaum fue convocado en 1963 al laboratorio de inteligencia artificial del prestigioso Massachussets Institute for Technology (MIT), donde trabajaría durante veinticinco años. Allí creó el programa Eliza, una aplicación sorprendente capaz de remedar una conversación de psicoterapia con su interlocutor. El invento brindó notoriedad a Weizenbaum y euforia a los partidarios de la "inteligencia artificial". Sin embargo, en su corazón, introdujo para siempre la sombra del escepticismo y la duda. ¿Por qué esa necesidad de atribuir rasgos humanos a la máquina? ¿De dónde proviene la fascinación occidental por los prodigios técnicos? El oficio de la crítica comenzó a convivir con el de informático e investigador. Ante la pregunta "¿qué debo hacer y qué no debo?" que le formulan sus colegas, él sugiere: "haz cualquier cosa que también harías con tus manos. Si trabajas en la construcción de misiles pero no matarías a nadie con tus propias manos, debes abandonar tu actividad". Así da cuenta no sólo de la dimensión ética de cualquier tarea sino también de lo que suelen olvidar las promesas de la tecnociencia: la dimensión humana como medida insoslayable. Para reflexionar.

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