jueves, 19 de marzo de 2009

#04 :: 3 / Poesía Civil

El verbo inglés ante la acción del fuego

La casilla del guardabarrera de Bahía Blanca Sur
tiene dos pisos: ladrillo abajo y arriba chapa y madera.
Abajo, sobre lo rojo, hierro: "Es prohibido
transitar por las vías". Los ingleses
construyeron sus frases desde los cimientos
con voluntad igual a la de sus arquitecturas:
funcionales y con vocación de eternidad,
pero aquí la localía impone sus límites,
menos por la acción razonada de los ciudadanos
que por la inercia convulsa de los paisajes.
Y alta ardió ayer la casilla, y cenizas quedaron
de la madera que cruzó el océano, y las chapas,
en el momento culminante del calor,
volaron sobre los cascos de los bomberos.
Luego encontraron entre las insistentes paredes
pedazos de vidrio y un hombre asado.
Si existieran, sería posible conjeturar
que el humo espeso y tentador, en volutas
negras revueltas subiendo hasta sus mesas,
habría complacido a los dioses del lugar.

Paisaje de Induclor con uno o dos operarios

Anodo arriba, abajo cátodo y en el medio
la capa de tres milímetros de mercurio
que gira y gira y gira y gira y gira
luego de abrir las válvulas de la salmuera
y de inyectarle la electricidad que gasta
media ciudad en cualquiera de sus días: por un lado el cloro, por otro el hidrógeno,
por otro, al fin, la soda caústica al cien.
Ahora el operario limpia el sistema
con ácido, una escobilla de acero
y el cuidado de no dejar actuar
gérmenes que desplieguen el óxido.
No se le ve la cara. Lo que se le ve
es una máscara con carbón activado
que filtra los vapores del metal.
Tampoco al otro se le ve la cara, se le ve
una máscara igual, pero su cuerpo
es más voluminoso y los zapatos difieren.


El plomero visita la casa del poeta órfico y le da una lección

Aunque una simpatía postule entre los caños
del edificio, el plomero al que se le abre
la puerta quiere menos saber de lo mismo
que de la diferencia y de la falla. Ajeno
a postulados etéreos, logra que el agua
siga su curso y fluya en las canillas dispuestas,
no desde el techo de la habitación a la cama;
y mientras comenta que la causalidad o algo
así está ligada a la persistencia de actos mínimos
y también al carácter falible de los hombres
y de las cosas por los hombres fabricadas,
es capaz de verificar que el fuego en potencia
alcance su versión en acto: llamas azules
flamean sobre la hornalla. Su idea del cosmos
admite una irregularidad como principio,
un azar del que, literalmente, vive. Junta
sus herramientas, ordena un poco y se va.


Modificación en la alimentación de las locomotoras fabricadas en Europa

La máquina fue construida en Inglaterra,
y por eso la boca del combustible sólo admitía,
a paladas servido por el foguista de turno,
el reconocido sabor del carbón Cardiff
que venía ciego tras millas de océano.
Pero llegó la guerra, una primero y después
otra, y la locomotora debió acostumbrar
a la leña el paladar, luego al maíz y al trigo.
Mismo el mecanismo: astillas, empapada estopa
de kerosén, fuego hasta la lámina de agua
que circunda el cielo del horno, fuerza y presión
del vapor acumulado en la caldera, arrojado
sobre los émbolos en los cilindros que lleva
sobre el liso riel dinámica a la rueda, que gira.
Pero la llama no era la misma y ascendía
por la chimenea el humo y una embriaguez
conocida se apoderaba de las aves del lugar
que volaban y parecían acompañar en torno
numerosas, irregulares la marcha regular.

Sergio Raimondi (Bahía Blanca,1968) es licenciado en letras (UNS) y trabaja en el Museo del Puerto de Ingeniero White desde 1992 realizando registros de relatos orales. De su extarordinario primer libro publicado, Poesía Civil, (Ediciones Vox, Bahía Blanca, 2001) hemos seleccionado algunos poemas. La poesía de Raimondi esboza paisajes de un país que hoy es otro, recorre el universo de los oficios nobles e indaga las lógicas de los objetos industriales inscriptos en la pampa argentina.

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